Te has convertido en el deseo más inquietante que retumba entre mi respiración y se dirige hacia mis latidos. Empiezo a desbordarme de impaciencia.
Entre las letras, los sonidos, la ausencia... Tu ausencia y mi propio exilio, reposa la sensación tan viva de tus manos y tu boca, penetrando mis sentidos.
Ahora tu aroma aparece como un reflejo de lo excesivamente añorado. Precipitado y pasional el deseo de mirar mis ojos en los tuyos, me sumergen en lugares desconocidos de ansiedad y desestabilidad, de deliro.
Quiero, deseo, sueño... que estemos juntos como cuando todos en París era nuestros cómplices y testigos. Como cuando, siguiendo la melodía de tus manos inseguras y sudorosas, -que sugerían rincones de inexplorados deseos-, me movía en una inexplicable sensación de energía que se dilataba y contraía debajo de mi ropa, en huracanes cálidos que me empapaban.
En verdad estaba pasando, no quería separarme de tí, lo estabamos viviendo y podía besarte eternamente y sin descansar. En efecto, mi descanso era tibio dentro de tu boca.