Este encuentro me
deja con una sensación vívida, constante, vibrante, ahora que hace parte de mi realidad permanente. Éste, más bien un reencuentro, que deja develar que el pasado y el presente son contemporáneos; una paradoja que podría resumirse en un presente Agustiniano, donde sólo existe el ahora, y donde también el futuro se presenta como la deducción que se hace de él, en el presente mismo. Comienza
con un contacto visual de hace un tiempo, en el cual la profundidad de dos
miradas, arrastro consigo su rencuentro entre la tenue luz de una cueva, en la
apacigüe madrugada parisina. A partir de allí, una serie de sucesos a lo largo del alba, en puentes de candados, agua, perros y sol; continuan en relatos con el whisky como narrador, entre estatuas, parques, luces y más puentes y agua.
Esta situación vibrante se repite a lo largo del día y de la noche, y luego, nuevamente sigue en otro día y ahora en otra noche. Me acompaña el sentimiento de tu presencia constante. La virtualidad de ese pasado que es mi presente ahora, me indica vagamente, que mi futuro podría contener quizá una extensión de este sentimiento. Entonces, el ciclo que se repite como un presente constante, decora sus motivos con variaciones que nos mandan nuevamente a un origen. El origen de nuestras miradas que hablaron, hablan y hablaran en simpatía. Me posee la idea de volver a conectar tus ojos con los mios, y desarrollar emociones con nuevas expectativas que se satisfagan o no, pero que muevan en nosotros una energía interna que nos alimente. Aunque es cierto que es mejor a veces no esperar nada, y dejarse sorprender, pero es inevitable cuando visos de imaginación colorean tu boca, haciendola deseable. Permitiendome soñar un encuentro con mi destino en ella.
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